Con casi 100 años de edad, en medio de la pandemia, Edgar Morín, filósofo de la complejidad, tuvo la audacia creativa de escribir un esperanzador texto que intituló así: “El festival de las incertidumbres”.
Con lenguaje sencillo y simple, cero simplista y cero reduccionista, el texto de Morin, amén de rebosar en anuncios que rescatan al lector de sentirse corcho en el remolino del escepticismo y nihilismo, inspiran a emprender la solución de problemas complejos sin caer en el equívoco de convertir la complejidad en cosas complicadas.
En los tiempos que corren, la humanidad toda, América en general y Colombia en particular, abocan retos de alta complejidad que configuran entornos de incertidumbres, demandando soluciones de gran sentido común y con sentido de lo común, capaces de viabilizar a los países como comunidades de propósito y capaces de inspirar comunión de sentido a distintas naciones, todo ello, en el marco del insoslayable destino común que nos liga como especie.
Están en juego al mismo tiempo todas las aristas del pentagrama de la sostenibilidad: 1) sostenibilidad económica, 2) sostenibilidad social, 3) sostenibilidad ambiental, 4) sostenibilidad energética y 5) sostenibilidad alimentaria.
Las soluciones inteligentes que se requieren no resisten las eufóricas fórmulas del decrecimiento, ni el fácil expediente de la desglobalización, ni las tentadoras fórmulas de nacionalismos chauvinistas.
Estos retos ponen a prueba los pilares éticos, estéticos y procedimentales de todas las democracias, no podrán resolverse con menos democracia ni con la misma democracia ya recalentada; es menester más y mejor democracia.
Para la muestra, una rápida lista de problemas complejos en juego sin pretender ser exhaustivo: inflación, desempleo, depreciación de las monedas, improductividad, pobreza, corrupción, inequidad, transición energética, cambio climático, migración, nacionalismos, expansionismos, tribalismos identitarios, crisis de las democracias y su gobernabilidad, desinformación, terrorismo, hambre, salud mental, riesgos ambientales, entre otros.
Ante el tamaño colosal de estos retos que ponen en riesgo la dignidad e integridad de las personas y de diversas comunidades locales y globales, no resultan prudentes ni edificantes los diagnósticos apocalíptico-catastrofistas, las soluciones mágico-mesiánicas, los caminos populistas, los ritmos precipitados o quietistas, ni los tonos caudillistas y autoritarios; prácticas todas ellas capaces de erosionar y socavar la sostenibilidad misma de las democracias y confundir los procesos económicos por efecto de aquello que llaman expectativas.
Las generaciones que están terminando su ciclo vital, las que están en plena madurez, las que anhelan integrarse a la vida profesional y productiva, las que están por nacer, necesitan narrativas y relatos de esperanza, que sin ser idílicos cuentos de hadas, ayuden a encontrar sentido a la vida y a motivar una disposición básica a emprender, a ejercer el derecho a solidarizarse y a poner manos a la obra en la solución de estos retos vitales.
Necesitamos sólida fe y recias voluntades, prestas a la creatividad, capaces de superar y derrotar los escepticismos totalitarios y anquilosantes.