Han sido tres movilizaciones civiles y pacíficas las que se han llevado a cabo el 26 de septiembre, 22 y 29 de octubre, en menos de un mes, a lo largo de todo el territorio nacional y vendrán más.
Las tres movilizaciones han arrojado positivos saldos éticos, estéticos y procedimentales que contribuyen al responsable ejercicio del derecho a la movilización social consagrada en la Constitución Nacional; cero violencia, respeto a los derechos de desplazamiento, salud, alimentación, educación de todos los ciudadanos, ninguna afectación a bienes públicos y/o privados; su fuerza civilizadora es incuestionable, enhorabuena.
Han canalizado el rechazo a políticas gubernamentales en materia tributaria, energética, pensional, de ¨paz total¨ entre otras, así como el rechazo a formas que se imponen en el Congreso para tramitar leyes y actos legislativos, a pupitrazo limpio, sin garantías a la oposición.
Igualmente, estas movilizaciones dejan ver la solidaridad y apoyo que amplios sectores de colombianos prodigan a las FFAA, sometidas a un maltrato y desconocimiento institucional de lo que representan para la vida republicana.
En ciudades como Medellín, Cali y Santa Marta, extrañamente en Bogotá no, pero no demoran, éstas movilizaciones acopian el descontento hacia las administraciones locales, demostrando una pérdida vertiginosa de legitimidad simultánea tanto del gobierno nacional como de varios gobiernos locales.
En estas movilizaciones hay momentum; con el paso del tiempo el aumento de momentum irá galvanizando la fuerza de una oposición capaz de ofrecer alternativas electorales para el 2023 en lo local y el 2026 en lo nacional, ayudando al país a retomar senderos de más y mejor democracia. Cada movilización es en sí mismas, un golpe de opinión, y golpes de opinión es lo que realmente necesita la democracia colombiana, no golpes de estado como lo proponen, afortunadamente, sectores minoritarios de la sociedad.
La gobernabilidad se mella cuando los diagnósticos sobre temas de interés común se hacen en tono apocalíptico y catastrófico, cuando las soluciones tienen tono mesiánico y mágico, cuando se transitan caminos del populismo y cuando se imponen estilos caudillistas, autoritarios, pataletudos y berrinchudos.
Cuando la autoridad legítima deviene en poder arbitrario, es procedente la desobediencia civil y pacífica como medio de lucha política y social. Amén de profundizar las actitudes y hábitos democráticos, la desobediencia civil pacífica es poderosa para derrotar intentos autoritarios y dictaduras cuando se ejerce tanto en grandes movilizaciones públicas como en pequeños gestos en órbitas privadas y comunitarias.
La sociedad y comunidad civil, gremios económicos, sindicatos, iglesias, estamentos académicos y colegios profesionales, medios de comunicación y tertulias ciudadanas, asumen cada vez más, desde su autonomía responsable, el compromiso ineludible de cuidar la democracia.
Los agentes gubernamentales con sus tonos y procedimientos autoritarios están retando a un país capaz de diferenciar lo que es una necesaria obediencia inteligente de lo que es un dañino servilismo acrítico.