Ya no tendré palabras para entonces, solo me dispondré a contemplar lo que ese arcano universo de posibilidades me tenga deparado, incluida la nada , si es que es ello lo que merezco.
Me abraza una híbrida sensación de nostalgia y sobrecogimiento, un dualismo cósmico, al pensar anticipadamente en la muerte que me habrá de corresponder y las grandes certezas que tendré en ese orgásmico instante en que abandonaré los hábitos de la vida para iniciarme en las aventuras definitivas de la ultratumba.
En ese acotado climax, cuando eros entrega la posta a tánatos, seré soberano propietario por derecho natural de estas ineluctables certezas: no lo ví todo; no escuché todas las sinfonías, polifonías y cacofonías; no tuve oportunidad de acariciarlo todo; no percibí todos los aromas y todos los hedores; ni degusté la continua escala de todos los sabores. Con cierta sorna confirmaré que no alcancé a conocer todos los conceptos, arquetipos, categorías, ideologías, mitos y cosmogonías.
Reiré al comprender que no logré seducir la sensualidad de todos los teoremas y corolarios de la matemáticas, de las probabilidades y de las dúctiles estadísticas. Constataré que tuve apenas escarceos con la física mecánica y que aquello de gran escala cosmológica y de la micro escala cuántica, sí acaso, solo lo intuí a medianías, y lo digo así, por piedad conmigo mismo, para no hablar de mediocridad. Entonces tendré que decirle adiós a un mundo que fue generoso conmigo pero que no me entrego del todo sus secretos; un mundo que me amó sí, pero a punta de instantes y retazos; un mundo que seduje sí, pero que no se dejó conquistar, y debo decirlo, enhorabuena, porque me dejo saber que seducir es el arte y conquistar es la fatalidad.
Un mundo que me trascenderá y para el cual fui solo una contingencia. Entonces, en ese mismo instante de climax y orgasmo iniciatico, haré mi testamento y enajenaré esas últimas pertenencias que no tendrán el aval de ningún notario, ni fe pública que la constate. Expiraré y seguirá lo que algunos llaman la nada y lo que mi frágil fe intuye puede ser un cambio de estado, una resurrección ya no de la carne necesariamente, para qué encarnar más?; quizás mejor, un renacimiento a un nuevo delirio, a una nueva forma de soñar, de vibrar, de comunicar, una nueva manifestación de una fiebre existencial.
Ya no tendré palabras para entonces, solo me dispondré a contemplar lo que ese arcano universo de posibilidades me tenga deparado, incluida la nada , si es que es ello lo que merezco. Mientras llega ese momento, me entrego a los labios que aquí, ahora y a la mano, me besan y me aman y le dan sentido a mi discreto acontecer; unos labios que son para mi, la rúbrica final de Dios que sintió, ingenuamente, haber terminado su acto creativo, cuando apenas estaba echando a rodar la bola.