La seducción es al SER lo que la conquista es al TENER.
Seduzco a una persona o comunidad cuando construyo, en mi propio ser, una orilla para que esa persona o comunidad pueda ser conmigo en toda la expresión de su unicidad, libertad y dignidad.
No hay en la seducción una pretensión de control, ni mucho menos un deseo de invadir las posibilidades de autonomía en ese otro ser personal o comunitario. Conquisto cuando quiero tener a la otra persona o comunidad, someterla a mi voluntad, controlarla, cuando creo que ese otro en sus posibilidades tiene que agotarse en lo que yo creo necesario y más útil para ese ser.
Para el conquistador, el otro no existe en su dignidad, es tan solo un instrumento, una cosa, una pusilanimidad; el conquistador homogeniza. La seducción es una apelación a la autoridad, mientras que la conquista es una apelación al poder. La seducción invita, persuade, apela a la voluntad, motiva la curiosidad; la conquista ordena, impone, somete, amedrenta, acude al miedo. La seducción apela a la obediencia como arte consciente de emular a la legítima autoridad.
La conquista se conforma con el servilismo acrítico. La seducción asume que el sujeto seducido, en cualquier momento, puede buscar e intentar otro camino. La conquista reduce a uno solo, el camino del sujeto conquistado y ¡…ay…! donde intente otro.
La seducción sonríe; la conquista tiene un ceño adusto. La seducción crea, juega; la conquista repite esquemas, reproduce métodos. Vale esta reflexión para las experiencias más cotidianas de todo ser humano y comunidad: su dimensión erótica, su dimensión política y su dimensión religiosa. En cada una de ellas podemos apostar por la seducción o por la conquista. Si se acude a la seducción, la experiencia erótica, política y religiosa se convierten en oportunidades de liberación.
Si se acude a la conquista, esas tres experiencias fácilmente pueden crear formas más o menos sutiles de esclavitud. La seducción no reduce el erotismo a “genitalismo”, la política a electoralismo, ni la religiosidad a “rezanderismo”. La conquista es genitalista, electorera y rezandera. “Lo más contrario al amor es el miedo” y “el verbo más parecido a amar es escuchar”. La seducción, porque es experiencia amorosa, escucha.
La conquista, porque es una experiencia medrosa y llena de ansiedad, es hablantinosa, bulliciosa, gritona y altanera. La seducción sabe de ternura y de vigor. La conquista no intenta la ternura porque se siente frágil y confunde el vigor con el atropello. Llamados a escoger entre seducción y conquista en medio de nuestras experiencias erótico-político-religiosas, que nos permitan ser integrales en el ámbito de nuestras vidas privadas, públicas y cósmicas, es mejor seducir y ser seducido que conquistar y ser conquistado.