Cuando reducimos la erótica al “genitalismo”, la política al electoralismo y la religiosidad al “rezanderismo”, sin duda estamos empobreciendo todas las dimensiones a través de las cuales desplegamos nuestra condición humana, dimensiones en las que se juega cotidianamente la propia dignidad y la del otro, y que se traslapan al mismo tiempo con las esferas de lo privado, lo público y lo cósmico, las cuales algunas ideologías y visiones del mundo, han pretendido mostrar como esferas distintas y separadas entre sí, provocando en el ser humano grandes fracturas en su comportamiento psicosocial y espiritual.
Reducir la erótica al “genitalismo”, la política al electoralismo y la religiosidad al rezanderismo es hacer de cada una de esas experiencias un teatro de operaciones para las relaciones de poder y servilismo, que obligan y generan pesadumbre, en contraste con relaciones que liguen a las personas desde su propia autonomía y capacidad de asombro por la aparición del OTRO, en las que sea posible producir contextos de libertad y creatividad.
Enriquecer un proceso cultural que permita a lo erótico superar el genitalismo, a la política hacer lo suyo con el electorerismo y a la religiosidad con el rezanderismo, es empresa que pasa por múltiples resignificaciones de lo que representa una alcoba ( la metáfora más explícita de lo privado), la plaza ( la metáfora más explícita de lo público) y un templo ( la metáfora más explícita de lo sagrado).
La genitalidad, como el electoralismo y la experiencia de orar y rezar, han de ubicarse en el terreno de los medios y no de los fines, entenderse como recursos para comunicar, pero nunca creer que son por sí mismos la totalidad de la experiencia comunicativa, comunitaria o de comunión. La erótica, como la política y la religiosidad pueden ser experiencias en las que se alcanzan grados de liberación profunda o al mismo tiempo se pueden desarrollar profundas y sutiles formas de esclavitud.
En las tres experiencias se juega cotidianamente la posibilidad de conquistar o ser conquistado, esto es, tener y ser tenido, o la posibilidad de seducir y ser seducido, esto es, ser en el otro y dejar que el otro sea en uno. El reto podría decirse está en ubicar la experiencia erótica, política y religiosa más en el terreno de la seducción que libera y no en el terreno de la conquista que somete.
Una erótica, política y religiosidad cultas saben que en cada ser humano hay un sujeto con valor y no un objeto con precio. Una erótica, política y religiosidad cultas resignifican el cuerpo como espacio de dignidad, el encuentro con el otro en el espacio de lo público como experiencia de comunidad y el encuentro con el otro en el espacio de lo sagrado como experiencia de comunión. Más cultura erótica, política y religiosa abre las puertas a retos pedagógicos que pasan por entender el deporte, la danza, el arte, la formación en doctrinas políticas y religiones comparadas, entre otros temas, como necesarios contenidos en una formación integral del ser humano, que hoy se encuentra a la deriva en medio de un analfabetismo existencial, que no le permite cohesionar y dar fluida continuidad a sus experiencias privadas, públicas y de orden sacro.
Una buena reflexión sobre estos temas pasa por unas lecturas detenidas de textos como los de Octavio Paz en su libro “La llama doble”, “Las memorias de Adriano” de Margarite Yourcernar y el bello, aunque en partes abstruso, texto de Jean Braudillard “Sobre la seducción”.